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jueves, 6 de agosto de 2009

tengo sed de manantial




Alguna vez te preguntaste porqué los borrachos siempre tienen sed? No precisamente es que sea sed de agua. ¿Apoco te dicen, tengo sed de agua? Ellos solo te dicen sed. La verdad yo no sabía esto, hasta que yo me puse como ellos. Su nombre era Gina.
Gina, mi vecina de trenzas largas y vestidos de colores. Gina, la niña que sus risas llegaban hasta el cuarto donde yo dormía con mis ahorros para mis tarjetas de futbol. Gina, la primera niña que me enamoré. Gina, la última mujer que deseo. Gina, la primera persona que me vio a los ojos e hizo que tuviera mariposas en el estomago. Gina, la primera chica a la que besé despacio, y a la primera que la llevé al callejón de atrás. Gina, la feliz Gina, hija del juguetero más alegre del pueblo.
Tardes, noches, mañanas y medios días eran con ella lo más divertido, y a la vez, lo más romántico. Pláticas sin sentido y un par de panqueques que preparaba especialmente para las subidas a la colina. Gina, la mujer de mis sueños fríos, y también de los cálidos. Su risa sonaba como a un agua de manantial; ella era un manantial de felicidad. Mi lugar favorito era ese en la selva, donde caía la cascada y se veían las criaturas marinas saludándote, a la vez que los pájaros te cantaban odas a la primavera.
A los diecinueve años le propuse matrimonio, para ser señora de un joven ensayista y traductor. La hice la mujer más feliz del mundo. Siempre sus vestidos, sus aromas y sus pasteles. Me sentía en un paraíso muy mío al verla. Era el hombre más feliz, al menos del pueblo, y eso todos lo notaban.
Pero así no es la vida por siempre, y por confiarme demasiado, perdí todo en un volado. No recordé que no soy el único hombre en la larga llanura, que, tampoco recordé que siempre habrá alguien mejor que tú. Él llegó en su motocicleta y gozando de trajes de gabardinas europeas. Todo el pueblo, desde que supo que era un cartógrafo explorador lo idolatraron casi como al mismo Sol. Gina lo idolatró. Él notó el interés de Gina. De mi Gina. Se robó a mi Gina, y cuando ví ya era mujer de vestidos largos en vez de esos frescos de campo y ahora usaba maquillaje, haciéndola ver una señora seria y confundida. Ni me dijo adiós, prefirió lo interesante que lo seguro.
Dejé mi trabajo, pues lo único que hacía era por ella, y para ella. Dejé de vestirme para salir correctamente. Dejé a mis amistades y solo agarre un morral, un mapa de las tierras, una mójica y un par de quesos. No olvidé los 200 reales de mi vida. Esos que iba a ocupar para la casa de mi Gina. De Gina más bien, ahora sólo es de él. El queso se termino, el mapa se perdió y lo único que me quedó fueron los reales. Me gaste uno por uno bebiendo hasta no poder recordar ni mi nombre, me perdía en mi fanatismo por tenerla conmigo. Me perdía entre las copas y el camarero. Me perdía entre el olor a orina y a humo de puro viejo. Me arrastraba por las calles de noche y por las mañanas, mendigaba por un medio bolillo con mantequilla.
Lo extraño es que cada día que pasaba, cada día tenía más sed. Pero toda la gente solo me daba agua. Yo no tenía ni sed de agua, ni sed de pulque viejo; tenía sed del manantial, del manantial de la risa de Gina…

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