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martes, 4 de agosto de 2009

Mi mente es la tuya




Unas vacaciones cualquieras. Un fin de semana como cualquiera. Un sábado como cualquiera. Una noche en el pueblo como otra más. Una feria, muy grande ésta vez, pero como todos los años, había feria. Muchos juegos como siempre. Gente de todos lados, como cada año. “Súbeme a los cohetes prima” me decía Eva al ver tantos juegos a su alrededor. “También a las tacitas, a la oruga y súbete conmigo a la rueda de la fortuna”. Estaba tan feliz, como otro niño cualquiera. “Solo tengo para subirte a uno” Le dije con una sonrisa y una mirada de tristeza, ya que era cierto no tengo más que eso y para una leve cena. La niña me sonrió comprensivamente, como si entendiera que detrás de mi sonrisa, existiera un dolor frustrante de estar durmiendo. “Quiero ir solamente a los cohetes voladores, después nos iremos las dos por un pan de fiesta y después a dormir”.
Fuimos entre la multitud, se me hizo muy largo el viaje, aún estando solo a unos pasos para llegar y ya me sentía mareada. Eva corrió y se subió al más colorido que encontró. Se veía muy bonita con su gorrito puesto y sus pequeñas e inocentes manos. Me perdí pensando porqué no recordaba mi infancia. Empezó el juego y yo me perdí viendo como giraban los cohetes en una pequeña rueda. Las luces me deslumbraban, pero me gustaba al mismo tiempo ver las luces rodear mi cabeza. Cerré los ojos y me imaginé que yo estaba en ese cohete, pero que volaba hacia la noche. Los abrí y yo estaba en los ojos de Eva. Empecé a dar vueltas en el asiento del cohete, y justo cuando estaba dando vuelta por donde yo, antes de cerrar los ojos, estaba, se perdió la gente y el ruido y solo se vio la noche estrellada y el aire entre las copas de los arboles. Iba subiendo poco a poco a ese universo infinito. Pasé rozando las estrellas pequeñas y cada vez sentía más el calor del cohete. El calor de las flamas que atravesaban las nubes. Volé con la parvada de cometas hacia el oeste, íbamos cantando y silbando una tonada conocida, aunque no recuerdo expresamente de quién o si realmente existía. Llegamos a la Luna, me bajé y observé el paisaje que se veía con una esfera inmensa que era la estrella que me despertaba cada mañana en clase de ciencias. Seguí el recorrido y volamos por los cinturones de cráteres, se sentían como cosquillas en el cuello y pequeños masajes en el cabello suelto. Llegamos a nuestro destino, el anillo de Saturno. Una belleza de hielo hirviente y los ojos destellantes d las estrellas te daban la bienvenida. Me senté en el borde a contemplar el paraíso demasiado imaginario para poderlo vivir. Me dio sueño y parecía que iba descendiendo en un abismo…
“Prima vamos por el pan”. Eva con un poco de esfuerzo se bajo del cohete que había quedado enfrente de mí, y estaba tratando de que con sus actos la tomara de la mano. Aún no salía de trance, ese pequeño parpadear me llevó a un sueño que no sé como paso tanto en 15 minutos que duró su juego, al menos no me había caído dormida en el piso. Fuimos por el pan de fiesta y nos lo íbamos comiendo en el camino de regreso a la casa de la abuela, cuando estábamos en la calle solitaria, Eva me tomó de la mano y me dijo dulcemente “Me gustó el viaje de hoy, me gusto sentarme en la luna y viajar con los cometas, ¿podemos ir a Saturno mañana también?”.

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