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martes, 4 de agosto de 2009

Sentada en la ventana




Un día una noche, no sé si sea uno mas una o una mas uno. Siempre me sentaba frente a la plaza solo a comer pasta del chef y a ver las personas pasar. No iba a la escuela porque era muda, pero no era porque había nacido así, sino que me intimidan las personas, y más me intimidas tú.

Solamente con decirte que me sonrojo cuando el panadero me dice buenos días, y peor cuando pasan mis amigas a invitarme un agua de piña. Nunca les acepto una, pero no es porque no sean de mi agrado, es porque soy alérgica la piña. Y mucho más en agua.

Mi cabello es petirrojo, como mi amiga la ave que te despierta en las mañanas y hace que pases apresurado en tu bicicleta rumbo a clases. Me apena y me sonrojo con solo ver el reloj que ya es hora de que pases por ese lugar. Crecí y creciste. Me convertí en una chica solitaria y me convertí en la mujercilla de trenzas que solo pinta sus pensamientos en una botella color turquesa. Aún no hablo.

Me he vuelto alérgica a los abrazos, a los cariños, a los pasteles, a las risas, a la navidad, pero sobre todo a la felicidad. A lo único que no me aparezco enferma es a la pasta con jitomate y a la soledad de esa banquita en la ventana. Pero solo sonreía una vez.

La vez que te veo pasar por ahí, claro cuando no me ves que sonrío. Una mañana al fin te percataste que estaba en esa ventana, no ibas de prisa y sin embargo tenías esa sonrisa radiante. Me dijiste buenos días, y fue suficiente para que pusiera los ojos como plato y me pusiera más pálida que la servilleta que bordaba. Fue el primer saludo que me decías, y lo que yo no sabía, es que era el ultimo.

Pasaron los días y las semanas y los meses y los años. Y cada vez enfermaba más porque no te veía pasar por ahí. Incluso dejé mi mesita de pensamientos y decidí recorrer el pueblo que nunca había habitado. No te encontré. Tiempo después me enteré que te habías ido a la ciudad a trabajar, y que ya estabas casado y estabas esperando una hija. Pasó el tiempo y no sabía nada de ti. Caí mas en una enfermedad que le dicen tristeza y, era alérgica a todo, menos a mi mesita en la ventana y a mis pensamientos que te guardaba en esa botellita. Me la pasé viendo por la ventana día y noche para ver si pasabas. Incluso salí al pueblo haber si te encontraba. Hasta el día de mi muerte, solo esperaba al menos el sonido de tu roja bicicleta…

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